jueves, 6 de julio de 2017

Peligros del aborto legal: ofrenda de sangre a Satanás

Hemorragias, infecciones e incluso muerte: Médico revela los peligros del aborto legal
CIUDAD DE MÉXICO, 01 May. 17 / 05:40 pm (ACI).- A 10 años de la despenalización del aborto en Ciudad de México, que causó la muerte de más de 176 mil bebés según cifras del propio gobierno, el médico ginecobstetra Juan Carlos Balcázar advirtió que esta práctica es “la madre de todas las violencias”.
“Primero porque se asesina a un ser indefenso; segundo, porque se pone a la madre en contra de su propio hijo con la insistencia de que éste es un estorbo al que hay que eliminar, y tercero, porque se coloca al ginecobstetra en calidad de victimario de un bebé que en principio debería ser un paciente, así como de la madre, al asistirla en esta cruel práctica”, dijo.
En declaraciones al semanario católico Desde la Fe, el Dr. Balcázar advirtió que la práctica legal del aborto “ha incrementado el riesgo de suicidios en mujeres, como lo demuestra un estudio financiado por el gobierno de Finlandia”.
Asimismo, indicó que la mayoría de los legisladores que respaldan el aborto desconocen el procedimiento que el ginecólogo realiza con el “filo de un bisturí completamente a ciegas” y que genera “un alto riesgo de ocasionar perforaciones, hemorragias e infecciones”.
“Hay quienes dicen que para eso existe la aspiración uterina, que se practica por medio de cánulas y una jeringa que hace vacío, misma que desprende y destroza al bebé, y lo absorbe hacia el interior junto con el saco gestacional y el líquido amniótico, con lo cual también se ocasionan severos daños en la mujer”, dijo el médico.
El Dr. Balcázar calificó además de “irresponsable” la práctica de algunos médicos que suministran a la madre “tres o cuatro tabletas de Misoprostol”, porque es “imposible determinar el grado de hemorragia que una mujer pueda tener; incluso, puede presentarse una tan abundante que le ocasione la muerte”.
Actualmente, dijo, se utiliza mucho el argumento de que cada quien decide sobre su propio cuerpo, cuando en realidad en un aborto “se decide sobre el cuerpo de otro ser humano, el de un ser indefenso que trae la mitad de los genes de la madre y la mitad de los genes del padre”.
“Tan independiente es ese ser, que produce sus propias células”.
“La muestra está en que hay unas llamadas totipotenciales, que se encuentran en él hasta antes de las 13 semanas de gestación, mismas que son capaces de regenerar tejidos, incluso los de la madre”, explicó.
El médico mexicano indicó que “hay mujeres embarazadas que, gracias a este tipo de células, mejoran o sanan de problemas cardíacos, hepáticos y otros”, señaló.
El Dr. Balcázar enfatizó que el aborto no debe ser considerado una opción como estrategia legislativa de control de embarazos.
Por tal motivo, consideró que es fundamental que la juventud reciba en casa una educación en valores, y que en la escuela haya profesionales que hablen también sobre bioética y espiritualidad, como lo establece la propia declaración de la UNESCO de 2006.
“Esta declaración contempla un marco universal de principios y procedimientos que sirven de guía a los Estado en la promulgación de legislaciones y otros instrumentos en el campo de la bioética, y propone orientar a los individuos, instituciones y empresas públicas y privadas en la promoción del respeto a la dignidad humana; sin embargo, en algunos países le han ajustado posturas que han resultado dañinas para la sociedad”, concluyó.

EL MILAGRO DE LA VIDA HUMANA

EL GRITO SILENCIOSO


lunes, 26 de junio de 2017

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA FAMILIARIS CONSORTIO (FINAL Y CONCLUSIÓN)

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
FAMILIARIS CONSORTIO
DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II

PARTE FINAL Y CONCLUSIÓN

c) Católicos unidos con mero matrimonio civil
82. Es cada vez más frecuente el caso de católicos que, por motivos ideológicos y prácticos, prefieren contraer sólo matrimonio civil, rechazando o, por lo menos, diferiendo el religioso. Su situación no puede equipararse sin más a la de los que conviven sin vínculo alguno, ya que hay en ellos al menos un cierto compromiso a un estado de vida concreto y quizá estable, aunque a veces no es extraña a esta situación la perspectiva de un eventual divorcio. Buscando el reconocimiento público del vínculo por parte del Estado, tales parejas demuestran una disposición a asumir, junto con las ventajas, también las obligaciones. A pesar de todo, tampoco esta situación es aceptable para la Iglesia. La acción pastoral tratará de hacer comprender la necesidad de coherencia entre la elección de vida y la fe que se profesa, e intentará hacer lo posible para convencer a estas personas a regular su propia situación a la luz de los principios cristianos. Aun tratándoles con gran caridad e interesándoles en la vida de las respectivas comunidades, los pastores de la Iglesia no podrán admitirles al uso de los sacramentos.
d) Separados y divorciados no casados de nuevo
83. Motivos diversos, como incomprensiones recíprocas, incapacidad de abrise a las relaciones interpersonales, etc., pueden conducir dolorosamente el matrimonio válido a una ruptura con frecuencia irreparable. Obviamente la separación debe considerarse como un remedio extremo, después de que cualquier intento razonable haya sido inútil.
La soledad y otras dificultades son a veces patrimonio del cónyuge separado, especialmente si es inocente. En este caso la comunidad eclesial debe particularmente sostenerlo, procurarle estima, solidaridad, comprensión y ayuda concreta, de manera que le sea posible conservar la fidelidad, incluso en la difícil situación en la que se encuentra; ayudarle a cultivar la exigencia del perdón, propio del amor cristiano y la disponibilidad a reanudar eventualmente la vida conyugal anterior.
Parecido es el caso del cónyuge que ha tenido que sufrir el divorcio, pero que —conociendo bien la indisolubilidad del vínculo matrimonial válido— no se deja implicar en una nueva unión, empeñándose en cambio en el cumplimiento prioritario de sus deberes familiares y de las responsabilidades de la vida cristiana. En tal caso su ejemplo de fidelidad y de coherencia cristiana asume un particular valor de testimonio frente al mundo y a la Iglesia, haciendo todavía más necesaria, por parte de ésta, una acción continua de amor y de ayuda, sin que exista obstáculo alguno para la admisión a los sacramentos.
e) Divorciados casados de nuevo
84. La experiencia diaria enseña, por desgracia, que quien ha recurrido al divorcio tiene normalmente la intención de pasar a una nueva unión, obviamente sin el rito religioso católico. Tratándose de una plaga que, como otras, invade cada vez más ampliamente incluso los ambientes católicos, el problema debe afrontarse con atención improrrogable. Los Padres Sinodales lo han estudiado expresamente. La Iglesia, en efecto, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes —unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental— han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación.
Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido.
En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.
La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»[180].
Del mismo modo el respeto debido al sacramento del matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, prohíbe a todo pastor —por cualquier motivo o pretexto incluso pastoral— efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse. En efecto, tales ceremonias podrían dar la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentalmente válidas y como consecuencia inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído.
Actuando de este modo, la Iglesia profesa la propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo se comporta con espíritu materno hacia estos hijos suyos, especialmente hacia aquellos que inculpablemente han sido abandonados por su cónyuge legítimo.
La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad.
Los privados de familia
85. Deseo añadir una palabra en favor de una categoría de personas que, por la situación concreta en la que viven —a menudo no por voluntad deliberada— considero especialmente cercanas al Corazón de Cristo, dignas del afecto y solicitud activa de la Iglesia, así como de los pastores.
Hay en el mundo muchas personas que desgraciadamente no tienen en absoluto lo que con propiedad se llama una familia. Grandes sectores de la humanidad viven en condiciones de enorme pobreza, donde la promiscuidad, la falta de vivienda, la irregularidad de relaciones y la grave carencia de cultura no permiten poder hablar de verdadera familia. Hay otras personas que por motivos diversos se han quedado solas en el mundo. Sin embargo para todas ellas existe una «buena nueva de la familia».
Teniendo presentes a los que viven en extrema pobreza, he hablado ya de la necesidad urgente de trabajar con valentía para encontrar soluciones, también a nivel político, que permitan ayudarles a superar esta condición inhumana de postración. Es un deber que incumbe solidariamente a toda la sociedad, pero de manera especial a las autoridades, por razón de sus cargos y consecuentes responsabilidades, así como a las familias que deben demostrar gran comprensión y voluntad de ayuda.
A los que no tienen una familia natural, hay que abrirles todavía más las puertas de la gran familia que es la Iglesia, la cual se concreta a su vez en la familia diocesana y parroquial, en las comunidades eclesiales de base o en los movimientos apostólicos. Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia para todos, especialmente para cuantos están fatigados y cargados[181].
CONCLUSIÓN
86. A vosotros esposos, a vosotros padres y madres de familia.
A vosotros, jóvenes, que sois el futuro y la esperanza de la Iglesia y del mundo, y seréis los responsables de la familia en el tercer milenio que se acerca.
A vosotros, venerables y queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, queridos hijos religiosos y religiosas, almas consagradas al Señor, que testimoniáis a los esposos la realidad última del amor de Dios.
A vosotros, hombres de sentimientos rectos, que por diversas motivaciones os preocupáis por el futuro de la familia, se dirige con anhelante solicitud mi pensamiento al final de esta Exhortación Apostólica.
¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!
Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia.
A este respecto, siento el deber de pedir un empeño particular a los hijos de la Iglesia. Ellos, que mediante la fe conocen plenamente el designio maravilloso de Dios, tienen una razón de más para tomar con todo interés la realidad de la familia en este tiempo de prueba y de gracia.
Deben amar de manera particular a la familia. Se trata de una consigna concreta y exigente.
Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre. Amar a la familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder superarlos. Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo. Finalmente, una forma eminente de amor es dar a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha confiado: «Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo»[182].
Corresponde también a los cristianos el deber de anunciar con alegría y convicción la «buena nueva» sobre la familia, que tiene absoluta necesidad de escuchar siempre de nuevo y de entender cada vez mejor las palabras auténticas que le revelan su identidad, sus recursos interiores, la importancia de su misión en la Ciudad de los hombres y en la de Dios.
La Iglesia conoce el camino por el que la familia puede llegar al fondo de su más íntima verdad. Este camino, que la Iglesia ha aprendido en la escuela de Cristo y en el de la historia, —interpretada a la luz del Espíritu— no lo impone, sino que siente en sí la exigencia apremiante de proponerla a todos sin temor, es más, con gran confianza y esperanza, aun sabiendo que la «buena nueva» conoce el lenguaje de la Cruz. Porque es a través de ella como la familia puede llegar a la plenitud de su ser y a la perfección del amor.
Finalmente deseo invitar a todos los cristianos a colaborar, cordial y valientemente con todos los hombres de buena voluntad, que viven su responsabilidad al servicio de la familia. Cuantos se consagran a su bien dentro de la Iglesia, en su nombre o inspirados por ella, ya sean individuos o grupos, movimientos o asociaciones, encuentran frecuentemente a su lado personas e instituciones diversas que trabajan por el mismo ideal. Con fidelidad a los valores del Evangelio y del hombre, y con respeto a un legítimo pluralismo de iniciativas, esta colaboración podrá favorecer una promoción más rápida e integral de la familia.
Ahora, al concluir este mensaje pastoral, que quiere llamar la atención de todos sobre el cometido pesado pero atractivo de la familia cristiana, deseo invocar la protección de la Sagrada Familia de Nazaret.
Por misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas. Aquella familia, única en el mundo, que transcurrió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún, a todas las familias del mundo, para que sean fieles a sus deberes cotidianos, para que sepan soportar las ansias y tribulaciones de la vida, abriéndose generosamente a las necesidades de los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas.
Que San José, «hombre justo», trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados, las guarde, proteja e ilumine siempre.
Que la Virgen María, como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la «Iglesia doméstica», y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una «pequeña Iglesia», en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.
Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza. A Él, en el día solemne dedicado a su Realeza, pido que cada familia sepa dar generosamente su aportación original para la venida de su Reino al mundo, «Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz»[183] hacia el cual está caminando la historia.
A Cristo, a María y a José encomiendo cada familia. En sus manos y en su corazón pongo esta Exhortación: que ellos os la ofrezcan a vosotros, venerables Hermanos y amadísimos hijos, y abran vuestros corazones a la luz que el Evangelio irradia sobre cada familia.
Asegurándoos mi constante recuerdo en la plegaria, imparto de corazón a todos y cada uno, la Bendición Apostólica, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 22 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del año 1981, cuarto de mi Pontificado.

JUAN PABLO II

NOTAS
[1]. Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52.
[2] Cfr. Juan Pablo II, Homilía para la apertura del VI Sínodo de los Obispos, 2 (26 de septiembre de 1980): AAS 72 (1980), 1008.
[3] Cfr. Gén 1-2.
[4] Cfr. Ef 5.
[5] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 47; Juan Pablo II, Carta Appropinquat iam, 1 (15 de agosto de 1980): AAS 72 (1980), 791.
[6] Cfr. Mt 19, 4.
[7] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 47.
[8] Cfr. Juan Pablo II, Discurso al Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos (23 de febrero de 1980): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 1 (1980), 472-476.
[9] Cfr. Conc. Ecum Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 4.
[10] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 12.
[11] Cfr. 1 Jn 2, 20.
[12] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 35.
[13] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 12; Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Mysterium Ecclesiae, 2: AAS 65 (1973), 398-400.
[14] Cfr. Conc. Ecum Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 12; Const. dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, 10.
[15] Cfr. Juan Pablo II, Homilía para la apertura del VI Sínodo de los Obispos 3 (26 de septiembre del 1980): AAS 72 (1980), 1008.
[16] Cfr. S. Agustín, De Civitate Dei, XIV, 28: CSEL 40 II, 56 s.
[17] Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 15.
[18] Cfr. Ef 3, 8, Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 44; Decr. sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 15 y 22.
[19] Cfr. Mt 19, 4 ss.
[20] Cfr. Gén 1, 26 s.
[21] 1 Jn 4, 8.
[22] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 12.
[23] Ibid., 48.
[24] Cfr. por ej. Os, 2, 21; Jer 3, 6-13; Is 54.
[25] Cfr Ez 16, 25.
[26] Cfr. Os 3.
[27] Cfr. Gén 2, 24; Mt 19, 5.
[28] Cfr. Ef 5, 32 s.
[29] Tertuliano, Ad uxorem, II, VIII, 6-8: CCL, I, 393.
[30] Cfr. Conc. Ecum. Trident., Sessio XXIV, can. 1: I. D. Mansi, Sacrorum Conciliorum Nova et Amplissima Collectio, 33, 149 s.
[31] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.
[32] Juan Pablo II, Discurso a los Delegados del «Centre de Liaison des Equipes de Recherche», 3 (3 de noviembre de 1979): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 (1979), 1032.
[33] Ibid., 4: 1. c., p. 1032.
[34] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 50.
[35] Cfr. Gén 2, 24.
[36] Ef 3, 15.
[37] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 78.
[38] S. Juan Crisóstomo, La Virginidad, X: PG 48, 540.
[39] Cfr. Mt 22, 30.
[40] Cfr 1 Cor 7, 32 s.
[41] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre la adecuada renovación de la vida religiosa Perfectae caritatis, 12.
[42] Cfr. Pío XII, Cart. Enc. Sacra virginitas, II: AAS 46 (1954), 174 ss.
[43] Cfr. Juan Pablo II, Carta Novo incipiente, 9 (8 de abril de 1979): AAS 71 (1979), 410 s.
[44] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.
[45] Juan Pablo II, Cart. Enc. Redemptor hominis, 10: AAS 71 (1979) 274.
[46] Mt 19, 6; cfr. Gén 2, 24.
[47] Cfr. Juan Pablo II, Homilía durante la misa para las familias, 4 (Kinshasa, 3 de mayo de 1980): AAS 72 (1980), 426 s.
[48] Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 49; cfr. Juan Pablo II, Homilía durante la misa para las familias, 4 (Kinshasa, 3 de mayo de 1980): l.c.
[49] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.
[50] Cfr. Ef 5, 25.
[51] Cfr. Mt 19, 8.
[52] Ap 3, 14.
[53] Cfr. 2 Cor 1, 20.
[54] Cfr. Jn 13, 1.
[55] Mt 19, 6.
[56] Rom 8, 29.
[57] Summa Theologiae, IIa-IIae, 14, 2, ad 4.
[58]. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 11, cfr. Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 11.
[59] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52.
[60] Cfr. Ef 6, 1-4; Col 3, 20 s.
[61] Cfr. Conc. Ecum. Vat, II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.
[62] Jn 17, 21.
[63] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 24.
[64] Gén 1, 27.
[65] Gál 3, 26.28.
[66] Cfr. Juan Pablo II, Cart. Enc. Laborem exercens, 19 AAS73 (1981), 625.
[67] Gén 2, 18.
[68] Ibid., 2, 23.
[69] S. Ambrosio, Exameron, V, 7, 19: CSEL 32, I, 154.
[70] Pablo VI, Cart. Enc. Humanae vitae, 9: AAS 60 (1968), 486.
[71] Cfr. Ef 5, 25.
[72] Cfr. Juan Pablo II, Homilía a los fieles de Terni, 3-5 (19 de marzo de 1981): AAS 73 (1981), 268-271.
[73] Cfr. Ef 3, 15.
[74] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52.
[75] Lc 18, 16; cfr. Mt 19, 14; Mc 10, 14.
[76] Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 21 (2 de octubre del 1979): AAS 71(1979), 1159.
[77] Lc 2, 52.
[78] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.
[79] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el «International Forum on Active Aging», 5 (5 de septiembre de 1980) Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 2 (1980), 539.
[80] Gén 1, 28.
[81] Cfr. Ibid. 5, 1-3.
[82] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 50.
[83] Propositio 22. La conclusión del n. 11 de la Encíclica Humanae vitae afirma: «La Iglesia, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida» («ut quilibet matrimonii usus ad vitam humanam procreandam per se destinatus permaneat »): AAS 60 (1968), 488.
[84] Cfr. 2 Cor 1, 19; Ap 3, 14.
[85] Cfr. Mensaje del VI Sínodo de los Obispos a las Familias cristianas en el mundo contemporáneo, 5 (24 de octubre del 1980): L'Osservatore Romano en lengua española (2 de noviembre del 1980).
[86] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 51.
[87] Cart. Enc. Humanae vitae, 7: AAS 60 (1968), 485.
[88] Ibid., 12: l.c., 488 s.
[89] Ibid., 14: l.c., 489.
[90] Ibid., 13: l.c., 489.
[91] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 51.
[92] Pablo VI, Cart. Enc. Humanae vitae, 29: AAS 60 (1968), 501.
[93] Cfr. Ibid., 25: l.c., 498 s.
[94] Ibid., 21: l.c., 496.
[95] Juan Pablo II, Homilía para la clausura del VI Sínodo de los Obispos, 8 (25 de octubre de 1980): AAS 72 (1980), 1083.
[96] Cfr. Pablo VI, Cart. Enc. Humanae vitae, 28: AAS 60 (1968), 501.
[97] Cfr. Juan Pablo II, Discurso a los Delegados del «Centre de Liaison des Equipes de Recherche», 9 (3 de noviembre de 1979): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II, 2 (1979), 1035, cfr. también Discurso a los Participantes en el Congreso Internacional de la Familia de Africa y de Europa, 1 s. (15 de enero de 1981): L'Osservatore Romano en lengua española, 1 de febrero de 1981.
[98] Cart Enc. Humanae vitae, 25: AAS 60 (1968), 499.
[99] Decl. sobre la educación cristiana de la juventud Gravissimum educationis, 3.
[100] Conc Ecum. Vat II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 35.
[101] Santo Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, IV, 58.
[102] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana de la juventud Gravissimum educationis, 2.
[103] Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 71: AAS 68 (1976), 60 s.
[104] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana de la juventud Gravissimum educationis, 3.
[105] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 11.
[106] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52.
[107] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 11.
[108] Rom 12, 13.
[109] Mt 10, 42.
[110] Cfr. Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 30.
[111] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 5.
[112] Cfr. Propositio 42.
[113] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 31.
[114] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 11; Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 11; Juan Pablo II, Homilía para la apertura del VI Sínodo de los Obispos, 3 (26 de septiembre de 1980): AAS 72 (1980), 1008.
[115] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 11.
[116] Cfr. Ibid., 41.
[117] Act 4, 32
[118] Cfr. Pablo VI, Cart. Enc. Humanae vitae, 9: AAS 60 (1968), 486 s.
[119] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 48.
[120] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, 1.
[121]. Cfr. Rom 16, 26.
[122] Cfr. Pablo VI, Cart. Enc. Humanae vitae, 25: AAS 60 (1968), 498.
[123] Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 71: AAS 68 (1976), 60 s.
[124] Cfr. Discurso a la III Asamblea General de los Obispos de América Latina, IV a) (28 de enero de 1979): AAS 71 (1979), 204.
[125] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 35.
[126] Juan Pablo II, Exhort. Ap. Catechesi tradendae, 68: AAS 71 (1979), 1334.
[127] Cfr. Ibid., 36: l.c., 1308.
[128] Cfr. 1 Cor 12, 4-6; Ef 4, 12 s.
[129] Mc 16, 15.
[130] Cfr. Conc Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 11.
[131] Act 1, 8.
[132] Cfr. 1 Pe 3, 1 s.
[133] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 35; Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 11.
[134] Cfr. Act 18; Rom 16, 3 s.
[135] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 39.
[136] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 30.
[137] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 10.
[138] Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 49.
[139] Ibid., 48.
[140] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 41.
[141] Conc. Ecum. Vat. lI, Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, 59.
[142] Cfr. 1 Pe 2, 5; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 34.
[143] Conc Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 34.
[144] Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, 78.
[145] Cfr. Jn 19, 34.
[146] N. 25: AAS 60 (1968), 499.
[147] Ef 2, 4.
[148] Cfr. Juan Pablo II, Cart. Encíclica Dives in misericordia, 13: AAS 72 (1980), 1218 s.
[149] 1 Pe 2, 5.
[150] Mt 18, 19 s.
[151] Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana de la juventud Gravissimum educationis, 3; cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Catechesi tradendae, 36: AAS 71 (1979), 1308.
[152] Discurso en la Audiencia general (11 de agosto de 1976): Insegnamenti di Paolo VI, XIV (1976), 640.
[153] Cfr. Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, 12.
[154] Cfr. Institutio Generalis de Liturgia Horarum, 27.
[155] Pablo VI, Exhort. Ap. Marialis cultus, 52-54: AAS 66 (1974), 160 s.
[156] Juan Pablo II, Discurso en el Santuario de la Mentorella (29 de octubre de 1978): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, I (1978), 78 s.
[157] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 4.
[158] Cfr. Juan Pablo I, Discurso a los Obispos de la XII Región Pastoral de los Estados Unidos de América (21 de septiembre de 1978):AAS 70 (1978), 767.
[159] Rom 8, 2.
[160] Ibid., 5, 5.
[161] Cfr. Mc 10, 45.
[162] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 36.
[163] Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam actuositatem, 8.
[164] Cfr. Mensaje del VI Sínodo de los Obispos a las Familias cristianas en el mundo contemporáneo, 12: L'Osservatore Romano en lengua española (26 de octubre de 1980).
[165] Cfr. Juan Pablo II, Discurso a la III Asamblea General de los Obispos de América Latina, IVa) (28 de enero de 1979): AAS 71 (1979), 204.
[166] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, 10.
[167] Cfr. Ordo celebrandi matrimonium, 17.
[168] Cfr. Conc. Ecum Vat. II, Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, 59.
[169] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre la adecuada renovación de la vida religiosa Perfectae caritatis, 12.
[170] N. 3-4 (29 de noviembre del 1980): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 2 (1980), 1453 s.
[171] Pablo VI, Mensaje para la III Jornada de las Comunicaciones Sociales (7 de abril de 1969): AAS 61 (1969), 455.
[172] Juan Pablo II, Mensaje para la XIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (1 de mayo del 1980): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, I (1980), 1042.
[173] Juan Pablo II, Mensaje para la XV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 5: L'Osservatore Romano en lengua española, 31 de mayo de 1981.
[174] Ibid.
[176] Ibid.
[177] Mensaje para la XIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 1 (1980), 1044.
[178] Cfr. Pablo VI, Motu Proprio Matrimonia mixta, 4-5: AAS62 (1970), 257 ss. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la reunión plenaria del Secretariado para la Unión de los Cristianos (13 noviembre de 1981): L'Osservatore Romano (14 de noviembre de 1981).
[179] Instr. In quibus rerum circumstantiis (15 de junio de 1972): AAS 64 (1972), 518-525; Nota del 17 de octubre de 1973: AAS 65 (1973), 616-619.
[180] Juan Pablo II, Homilía para la clausura del VI Sínodo de los Obispos, 7 (25 de octubre de 1980): AAS 72 (1980), 1082.
[181] Cfr. Mt 11, 28.
[182] Juan Pablo II, Carta Appropinquat iam, 1 (15 de agosto de 1980): AAS 72 (1980), 791.
[183] Prefacio de la Misa de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.



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